"Vuelve a despertarse calladamente en mí la leyenda del Golem espectral, de ese hombre artificial que hace tiempo construyera de materia, aquí en el ghetto, un rabino conocedor de la Cábala, quien lo convirtió en un ser autómata y sin pensamiento, al situar tras sus dientes una mágica palabra numérica. Y del mismo modo que aquel Golem se convertía en una estatua de barro en el mismo segundo en que se quitaba de su boca la sílaba misteriosa de la vida, me parece que todos estos hombres se derrumbarían sin alma en el mismo momento en que se borrara cualquier mínimo concepto, quizás un deseo secundario en alguno, tras borrar de su mente cualquier inútil costumbre, o en otro sólo la oscura espera de algo indeterminado e inconsistente."
El Golem Gustav Meyrink
Los tres personajes mitológicos griegos, las Moiras, son tres, Cloto, Láquesis y Átropos, una es "la que hila", la otra "la que asigna el destino" y luego está "la inflexible".
Ellas son la personificación del destino, y su misión según la esencia mitológica griega, es la de asignar el destino a los seres que nacen, el cual es segado, casi siempre pensamos que a destiempo, por la más anciana de las tres: Átropos, (La Parca,) que coge el carrete con el hilo de nuestra vida y lo corta con sus tijeras de oro; para ella no hay veleidades que impidan su labor como pudieran ser la riqueza, el poder, o la belleza; para La Parca todo tiene un fin inmisericorde, al que todos los humanos debemos subyugarnos ya desde que nacemos, y es acabar pasando al Oriente Eterno, que dicen, mis amigos los hiramistas.
Con el naciente mes de noviembre, de alguna manera, recordamos no solo a nuestros deudos sino también a La Parca, puesto que el solar de sus laboriosos trabajos, se ve engalanado con olorosos juegos florales y todo el recinto que pasa largas temporadas en la más lúgubre de las soledades, rota por la visita de la envejecida viuda, del solitario paseante, o de aquellos que rinde oportuno homenaje a su ser querido, cobra vida y vuelve a ser algo que conforma parte de nuestra cotidianidad, al menos por unas horas.
Aunque esto de la muerte, y los cementerios es algo que cada comunidad, cada región cada país lleva de un modo distinto, recuerdo este verano cuando recorría el Camino de Santiago, que en la zona castellana los cementerios siempre estaban apartados, como viejos buques desfondados en la campiñas, sin embargo al llegar a Galicia, la muerte se hizo presente de un modo paradójico, pisábamos las tumbas al entrar en las iglesias, pues en ocasiones los enlosados patios, nos eran nada más y nada menos, que las losas bajo las cuales reposan los que habían sido víctimas de La Parca.
Es cosa extraña verte pisando las tumbas, cuando de pequeño tanto te regañaban por pisar un trocito de tumba, o jugar con los amigos entre los cenotafios. Aquí no llegamos a tanto, tal y como sucede en otras culturas donde la visita al deudo en el camposanto es motivo de verbenera celebración y cuchipanda, pero algo está cambiando en esa relación con la muerte, pues ya se publican libros sobre muertos y cementerios como los que hace mi amiga Nieves Concostrina, que hasta tiene un programa de radio sobre el tema; es más hace unos meses se publicaba una Guía didáctica sobre la Muerte, enfocada para guajes y profesores, para hacer más cercano el concepto de la muerte, y hay quien se atreve a ofrecer itinerarios funerarios para turistas.
Se están dando pasos hacia la renovación, y ya los Camposantos, van cambiando su faz como sucede en Sarria, donde convive el viejo camposanto con un “Cementerio Abierto”, ó como el que ahora disfrutamos en Gijón en Deva, que es todo un contrapunto con relación al de Ceares, que esperemos que pronto se convierta en un auténtico Jardín de la Memoria, la de todos, conservando el Muro del Sucu, o el cenotafio que a sus pies lleva la leyenda de que el deudo fue muerto a manos de las hordas marxistas, e integrando en el utópico Jardín todas esas tumbas que fueron saqueadas, arrancándoles los símbolos que los singularizó en vida.
Esculturas ante el Cementerio Abierto de Sarria
Este primero de Noviembre no estaré en Asturias, y bien lo siento, pues el manojo de rosas que cada año dejaba en las olvidadas tumbas de los Hermanos hiramistas, como Alberto de Lera, o Rosario de Acuña, u otros… no tendrán ese indeleble testigo, pues estaré buscando en Montauban, la de otro personaje, como Manuel Azaña, al que creo que le han colocado un pequeño monumento que llame la atención a los cientos de visitantes que se desesperan buscando la encajonada tumba de uno de nuestros Presidentes de la República. Es lástima que siga allí encajonado y anónimo, ahora supongo que algo menos que antes, pero así son las cosas de la muerte.
Tumba de Manuel Azaña con la nueva remodificación
Victor Guerra
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