Lo cierto es que cada vez se ven menos personas en los campos funerarios , poco a poco esos grandes libros abiertos que son los Cementerio se alejan de la didáctica cotidiana de la vida, dejan de ser el pequeño o grande libro de “petete” para conocer la idiosincrasia de una ciudad de un pueblo para convertirse en un lugar de visita anual.
Olvidando de esta manera que nuestra mentalidad católica ha segregado estos recintos de nuestra no son cementerios-jardines como ahora se pretende hacer con el Ceares, un jardín de la memoria, sino solitarios mundos cerrados sobre sí, ausentes de nuestra vida diaria, por eso el otro día me llamó la atención que el Cementerio de San Sebastián ver chiquillos jugar, o charlas en torno a las tumbas, o que el propio cementerio fuese una nexo de unión entre dos barrios, y sería bueno que ello se extendiera porque sin duda ellos contienen en sus mudos catafalcos toda nuestra historia.
Cuando uno pasea por un cementerio puede sacar de su visita todo un sin fin de informaciones, digamos que un cementerio sería una visita obligada para cualquier extranjero que nos quisiera conocer un poquito.
Porque en los campos funerarios se puede ver en toda su dimensión la estética de la muerte; el gusto estético de los mortales, que ahora está más por la unificación estética que por la singularidad, por el plástico que por los símbolos marmóreo, por la hortera que por la diversidad, hay otras preocupaciones y la muerte parece ser la última de ellas, antes uno era importante en su barrio, en su ciudad y esa importancia se marcaba también a la hora de la muerte y de la tumba, que se singulariza en base a muy distintas cuestiones, y llega a ser curioso y es que en aquellas comunidades que está muy enraizada la cuestión identitaria o nacionalista encontramos que ésta se prolonga también en los monumentos funerarios, manifestándose por ejemplo en los trísqueles, como sucede en el país vasco, los cuales encontramos a ambos lados de la frontera, por poner un ejemplo.
En los cementerios podemos ver quienes han sido las familias más prepotentes, si la mortalidad infantil ha sido alta por epidemias o similares, podemos observar el gusto por las cosas bien cuidadas, si la memoria de la heterodoxia local es fielmente guardada, y si la mezcla cultural y sociológica es una realidad plasmada en los apellidos delos deudos, y hasta podemos llegar a preguntarnos si en estos emplazamientos están presentes todas las religiones que nos habitan y como se manifiestan.
En ese sentido no deja de ser paradójico que una membresía que se lleva en general con bastante discreción y cierto secretismo como es la masonería, luego en los cementerios se explaye con bastante singularidad y apertura; no lo digo por España que la persecución llegó hasta los cementerios quitando la simbología masónica u otras, motivo por el cual nos quedan muy pocos símbolos funerarios masónicos, en Asturias nos queda en el Valdés Villar, que sería el único símbolo masónico funerario de un compás y una escuadra en un cementerio como es el del Sucu. En Francia es más común encontrar estas simbologías masónicas.
Bueno, hay una excepción en España y sería la del cementerio de Buñol, donde la iconografía masónica, libertaria, comunista y socialista se expande por todo el camposanto, que lo es para todos sean católicos, ateos calvinistas, o masones.
Las visitas al cementerio debería ser parte de una asignatura para conocer esa otra dimensión que nos rodea, y que expresa lo que fuimos en su día.
Y espero que hayan tenido un buen día de difuntos, que por cierto este artículo no pudo ver la luz en el periódico LA NUEVA ESPAÑA, por las inundaciones locales, está claro que venden más ya los percances que los Difuntos. Está claro que este país está cambiando
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